Esa voz honda, impersonal, obscura que el 24 de marzo de 1976 comunicaba
al pueblo el asalto del poder institucional por parte de una Junta de los jerarcas
de las Fuerzas Armadas Argentinas encierra todo el espanto mutado en
realidad que sufrió nuestro país por los siguientes siete años.
A 37 años de ese día, recordamos esos gritos callados, esas
voces enmudecidas en cuartos de los que nunca se podrá limpiar la sangre, el
horror de un aparato de poder que silenció valiéndose de brutales instrumentos
de extinción a 30.000 seres que solo poseían un pensamiento diferente al de ese
aparato, el impiadoso robo de los hijos de esas personas, acción que ningún gobierno de facto había utilizado en la historia de la humanidad y que representa la ausencia de escrúpulos, el espíritu asesino de quienes vociferaban que se hacían del poder para normalizar una patria convulsionada.
Este 24 de marzo no solo es necesario recordar, también es preciso plantearse el valor ineludible, fundamental tanto a nivel individual como colectivo, como personas parte de un pueblo, de la memoria, de la incesante búsqueda de la verdad y del pilar de toda nación: la justicia.
A fuerza de golpes, de apagar luces que nunca deberían haber sido extinguidas, intentaron debilitar a un pueblo de alma enérgica, que despertó y gritó: no nos dejarán de rodillas, nunca más.
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